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buenos aires – segunda versión
1. el ruido
en el supermercado podés ser tu propia cajera. hay unos robots en los que marcás los productos, con el lector que hace pip sobre el código de barra de los productos, después seguís instrucciones, pasás la tarjeta, sacás tu ticket y listo. luego habrá un adusto señor de seguridad que revisará que eso que llevás se condice con lo que pagaste. desde siempre soy pésima para robar en los supermercados pero intuyo que con esta modalidad me animaría. pienso, claro, que falta escaso tiempo para que ya no se necesiten personas, gente con sentimientos y necesidades que trabaje, interactúe con el mundo y cobre un salario.
salgo del Jumbo y espero a que cambie el semáforo para cruzar Juan B. Justo. del otro lado de la avenida una mujer vocifera algo que no comprendo por el ruido (ay, esta ciudad) de los autos y taxis y colectivos y motos y… la mujer habla sola, grita, llora. sola. hay demasiada soledad y tristeza en esta ciudad. qué lugar común, sí. me pregunto si mi deseo de volver a alojarme en este infierno no es una forma de ansiar fundirme entre esos lugares comunes que son toda esta gente viviendo sola, llorando por la calle, aturdida, medicada, ausente. tal vez me cansé de sobrellevar una felicidad inventada, forzada. tal vez fue un espejismo que me empujó a vivir algunos años más y ahora vuelvo a soltar la jauría que devorará mis noches y mis ánimos de cordura.
más tarde veo un hombre que insulta a una heladería que se llama Rústica, un nombre absurdo para una heladería. no insulta a la muchacha que yace resignada detrás del mostrador sino al negocio en su totalidad. le grita, desde la vereda de enfrente, que debería estar cerrado porque es día de huelga y había paro nacional. «Rústica carnera», le espeta el señor al local comercial. más adelante lo cruzaré de nuevo peleando contra perros y edificios. pero para este momento en que me encuentro con este señor ya no camino sola. recorro calles, plazas, paisajes de una tarde de otoño junto a él.
2. los amores equivocados
durante tres meses intercambiamos 48 cartas, claro que, siglo XXI mediante, a través del correo electrónico. nos besamos, húmedos, en la distancia. nos buscamos la piel más allá de un océano del tamaño de un océano que nos separaba. hay veces en que duele saber que somos una persona al escribir y otra, cara a cara, ante la inefabilidad de lo real. lo busqué a la hora del té en un bar en el que me esperaba leyendo. habían pasado esos tres meses sin vernos y la última vez yo había despertado sola -gritando en vano su nombre en la habitación- en un hotel familiar después de una noche épica en la que, entre toda esa lujuria, le rogué que me hablara al oído en su idioma natal.
lo busqué y no tomamos té -a pesar de la hora y de que él haya vivido cierto tiempo en Londres- sino que bebimos Jameson de su petaca mientras recorrimos un barrio que era nuevo para él y reciclado para mí. durante todo ese paseo medí mis pasos, el vaivén de mis brazos al caminar, el volumen de mi voz, el modo de llevarme un hilo de cabello detrás de la oreja. cada cierto lapso me preguntaba hacia mis adentros: ¿quién este hombre? ¿es el mismo que me empujó hacia ese abismo en el que aún vacilo sin saber si me desnucaré finalmente contra una roca sucia o si hallaré un botón secreto de un paracaídas, de una capa de superwoman o de unas alas ortopédicas? mientras vacilo, escribo. porque ese europeo del que me enamoré caprichosamente porque habla así tan peculiar y besa como si sólo hubiera nacido para eso, para besar, me aventó a un abismo que es de palabras, de letras torpes que hay que saber guiarlas para que se entiendan unas con otras, aprender a tejerlas para que digan un cómo, un porqué. me pregunto si realmente estoy enamorada de él, que es tan opuesto a lo que me gusta del mundo, o si no será que estoy enamorada de mí, de esta que él despertó desde la comodidad de su continente rico y privilegiado.
3. elementos del desamor
demasiado pasado hay entre estas calles, bares, pasajes, centros comerciales. mis ruinas yacen bajo las capas de asfalto que esa noche recorrí montada sobre la bicicleta y sobre mis lágrimas urgentes. acababa de besar a mi ex, con nostalgia y frenesí. al primer abrazo me rompí y ya no pude hacer más que llorar y entender que las formas de lidiar con el dolor son individuales. luego de nuestra separación me había endurecido. «tuve que hallar las herramientas para sobrevivir», le dije entre la humedad de mi llanto y la de mi deseo. solía decirle en los tiempos felices que éramos piezas de encastre que encajaban per-fec-ta-men-te. esa noche me acomodé en ese abrazo, me sumergí en sus palabras siempre lúcidas y oportunas, me proyecté por un rato en su modo tan inteligente de ver el mundo. pensé: quiero quedarme a vivir acá, en este cobijo, en esta esquina de frío, en este aliento a vino Elementos. pero no bastó, ni esa noche ni la siguiente en la que compartimos una cama filosa. mis manos ansiaban otra piel y en mi mente dispersa había una foto fija de un pecho entrecano al que me volví adicta.
4. someone told me not to cry
presiento que voy a odiarlo. no ahora, no es el momento. todavía deseo develar los secretos que musita su piel, ansío aún su lengua tórrida dentro de mi boca. él no me gusta. padezco la atracción que me provocan sus partes: su manera de hablar, extranjera, que arrastra los vicios cotidianos de un galán europeo maduro; el gesto de pasar su mano por la frente y luego por el pelo como alisando una intención; cierta perversidad latente que nunca termina de estallar, que temo y, al mismo tiempo, ansío; su rigidez tan parecida de a ratos a la indiferencia. lo que más me convoca -y aquí es donde me pongo trágica y se me queman los manuales de supervivencia y de corrección política- es todo ese dolor que percibo, que anida en sus ojos que nunca miran a los míos, sus respuestas de pronto fragmentadas, su imperante necesidad de hablar de sí mismo, la abstracción de alguien que podría sentarse en un bar vistiendo un traje de astronauta para sólo ordenar un café. me desequilibra. aguardo sus mensajes, sus señales, como una católica ortodoxa que necesita confesarse.
5. Bioy
«nadie es tan amargado como el amante resentido que no se queja porque no sabe si tiene razón». la frase es de un cuento de Bioy Casares que leí cuando era joven y fantaseaba con una vida mucho mejor que la que tuve.
6. we must celebrate
en el aire suena una voz áspera que canta todo lo que deseo decir y no puedo. nuestras manos están alertas, son ciegas pero hábiles. mientras beso, chupo, lamo y relamo, pienso. pienso que no quiero dejar un rincón de ese cuerpo sin recorrer con mi lengua, con mis labios, las yemas de los dedos de mis manos, los pulgares de mis pies. bailamos, cantamos, reímos a carcajadas. todo es esto: manos, lenguas, labios, respiraciones hondas, su largo cuello, mi piel exaltada, los atajos de la espalda de mi vestido, su boca, sus besos, su boca, su boca…
hemos pasado un puñado de noches juntos. quedan pocos días porteños para ambos y cada cual atiende su juego. lloro. en la soledad de un departamento nublado de La Paternal, lloro a destajo. no es a él a quien voy a extrañar. extrañaré lo que he sentido: encajar en un abrazo, desear con verdad, sentir, sentir y no estar muerta, no conformarme con lo que hay sino ir a buscarlo todo. extrañaré reír, cantar al unísono, bailar ridículamente, el tránsito del beso al fuego, del fuego al abrazo, del abrazo al infinito. extrañaré haber vuelto a desear dormir junto a alguien. extrañaré el latido urgente de mi cuerpo a bordo de un taxi justo antes de verlo. estar alterada, ansiosa. lloro y chorreo angustia y me cuesta seguir el hilo de mi dolor. he vuelto a desear y puede parecer a otros ojos una tontera y para mí lo es todo, un continente recién descubierto que será pronto colonizado y evangelizado, un océano que vuelve a llenarse pero de aguas amargas que no ven nunca el sol. me creía más fuerte, más entera. estoy rota.
7. ATR perro cumbia cajeteala piola gato
me vas a extrañar
te apuesto lo que quieras
que vas a buscarme
y vas a llorar
porque tú a mi
jamás supiste valorarme
te vas a acordar
de todas nuestras travesuras
pero será muy tardeme vas a extrañar
porque un amor como este
no fácil se olvida
y nadie sabrá
hacerte todas las cosas
que yo a ti te hacia
pero fue un error
entregar mi corazón
a quien no lo merecía8. whatsapp
“¿ya por partir? qué curioso es sentir que mientras pisamos el mismo territorio aún puedo seguir despidiéndome. hoy desperté pensando en cuan ventajoso ha sido vivir este romance en calles, casas, sitios, parques que no son del todo ni míos ni tuyos. como si hubiéramos rentado Buenos Aires como un lugar neutral para fluir este reencuentro. te beso.
como vivimos muchas vidas en esta que nos quieren hacer creer que es una sola, es claro que si volvemos a vernos será en otra vida. seremos otros, a saber si nos unirán los mismos hilos, otros o ninguno.
gracias por el fuego.»
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durante toda una noche
y un día
nos contamos las cicatricessumadas
dieron número impar
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palabras de regalo
Hombre sorpresa llegaste y te fuiste y llegaste de nuevo. Hombre de alguna guerra lejana fronteras de aire línea de tierra contorno áspero. Hombre verde oscuro y miel. Hombre silencio y arrojo verdad y tormento. Hombre tran seúnte tan sentido. Hombre escultura en hierro forjado que esconde la noche en sus ojos y manos y la ternura en sus pies. Hombre labios calientes lengua terciopelo sonrisa entrecana trajiste poción mágica elixir de deseo muerte y resurrección. Hombre acantilado de piedra tallada húmeda de sales de flujos mortales de savia veneno. Hombre fantasma acaso moriste herido de angustia de amor no correspondido ahogado en océano ficticio y ahora vagas por mentes estrechas dando dando dando rodando. Hombre madrugada aquí las estrellas que no brillan acá mi boca vacía acá mi destino apagado invierno sinuoso. Hombre bosque. Hombre mar. Hombre palabra. Hombre.
Dédalus Joyce es un poema de Alejandra Pizarnik que leí en una noche de duda y tristeza. Pensé alguna vez que lo que no te mata te inspira. Aún no lo sé con certeza: si agonizo o estoy inspirada.
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arder
que arda todo
que arda mi cuerpo de goce
y las iglesias que ardan con olor a mierda
que arda mi lengua, filosa, por decir lo oculto
que arda mi lengua, inquieta, por lamer pieles nuevas
que arda este infierno llamado mundo
y su verdugo el Estado
que arda tu corazón que no me quiso
que arda tu abrazo
y en llamas otra vez me encuentre
que arda mil veces más el cielo
y traiga calor abrasador que me empuje al río revuelto
que ardan mis ojos miopes
y mi sonrisa estúpida y provisoria
que ardan los puentes, los puertos, las alcancías llenas de odio
que arda yo toda enteramientras grito infinito
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tan triste estar
tan sola y
tan mal acompañada
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buenos aires – primera versión
Me bajé del avión y fui directo a la feria del libro a sorprender a una amiga que faltó a la sorpresa, porque las sorpresas son así. puede fallar, dijo el ilusionista mediático de mi infancia.
La feria del libro es un lugar horrible. demasiadas alfombras, demasiada gente, demasiado dinero en los precios, demasiado exitismo en el aire, pero esto último no es exclusivo de la feria sino de la ciudad entera.
Cuántas ansias de fama hay en Buenos Aires. me sentí un tanto como Felipe el amigo de Mafalda: “todo acá”. la televisión en vivo, los bares notables, la gente famosa, las calles que citan los tangos, la Plaza de Mayo con sus manifestantes y con sus turistas, la represión de alta y de baja intensidad, el amor, el desamor, la histeria, el obelisco, los canteros estéticamente deplorables de la avenida Corrientes, la neurosis.
Recordé cuando a Macri se le dio por crear la policía metropolitana y cómo lo subestimamos. ahí tenés a la tan europeizada “policía de la ciudad”, tan oronda por las calles, por las plazas, por los barrios. tan armada, tan violenta, tan empoderada.
También me reencontré con el asesino serial que cada taxista lleva dentro.
Paseé por La Paternal donde parece una burla que en tiempos de Ni Una Menos siga existiendo un monumento a Pappo y una estación de Metrobús con su nombre. conocí un pasaje que se llama Osaka y no tiene nada que ver con Japón, o con las películas de Japón que son las que nos muestran a las sudacas como yo esos lugares lejanos. vi una orgía de osos de peluches y bailé música funcional en un supermercado chino con un hombre de ensueño mientras decidíamos qué vino beberíamos. todo en un mismo paseo.
Sobreviví al paro ridículo del 1 de mayo porque amiga de amiga me prestó una bicicleta, a la sazón roja, y ya no me importó que el colectivo no viniera por mí. fuimos con amiga a una kermesse en la que hicieron un sorteo inentendible. por ejemplo, salió el 367 y una señora que tenía el 635 ¡ganó igual! también repartieron choripanes gratis que no comí porque vegetariana siempre y luego fuimos a la casa de Bioy adonde fue Borges a comer y cantó Marlene Dietrich que al rato se convirtió en Silvina Ocampo y no sé cuál de las dos pero una de ellas me dio un papel que decía “we must celebrate”. después, entrada la madrugada, lloré y ese fue mi primer llanto porteño, el primero de varios, por no decir bastantes.
Fui a un cumpleaños nivel cheto del Olimpo en una terraza de un edificio altísimo en Barrancas de Belgrano, en el que todas las chicas se parecían mucho y vestían ropas que cuestan lo que yo gané en cinco años de viaje por el continente. de los chicos no me gustó ninguno porque tenían cara de aburridos en la cama y de racistas en la calle. pero tomé mucho vino, se me trabó la lengua y esas cosas que suceden cuando te emborrachás. y por fortuna del diosito que no existe murió la batería de mi teléfono para dejar de esperar mensajes que no llegarían.
Recorrido de viernes en bicicleta roja: Paternal, Villa Urquiza, luego a Plaza de Mayo vía Triunvirato, Chacarita, Corrientes, pizza de parada en Güerrin, ay el Obelisco de mis amores, Diagonal Norte. en la Plaza había unos chinos viejos y cansados, y una chica que tomaba sol en su recreo laboral, y un señor que supe era formoseño porque compartíamos banco y hablaba por teléfono a los gritos, y las fuentes a tope de agua saltarina, y las vallas a la orden del día porque el presidente tiene miedo, y el cabildo y los veteranos de Malvinas con la misma forma de siempre, el primero de foto de escuela primaria, los segundos del olvido.
Paseé con Robert Walser una vez más y las calles fueron otras, y la cantante lírica fue otra, y la señora Aebi fue otra, y mis inquietudes fueron, también, otras, diferentes a las del verano. me cimbró una silueta del otro lado de un vidrio y supe que el machismo está presente hasta en los vinos. ah, y me hice amiga circunstancial de unas viejas regias que seguro miraban mi pañuelo verde-aborto-legal-para-siempre con escozor.
Comí en un bolichón de Palermo unas papas con gusto al año pasado y conocí una actriz de la que deseé ser amiga. luego, recibí regalos inesperados.
Fui a mi peluquero de antes, el que corta gratis en su casa los sábados, a quien no veía hacía seis años y, como siempre, entendió enseguida qué y cómo quería lucir.
Más tarde comimos las seis, nosotras, las mismas de siempre, el amor intacto, las risas agudas, en el restorán Barcelona como aquella vez en que yo todavía era porteña y estaba enamorada y me iba para ya nunca volver, aunque esto último no lo sabía. y después me fui a una fiesta que hubiera sido un fracaso rotundo si no fuera porque existen las drogas y el continente europeo.
En un centro cultural, una tarde de lluvia y de domingo, vi a una amiga entrañable desplegando su magia actoral en un monólogo, hablé profundo con otra amiga con la que, entre tantos menesteres, criticamos la romantización de la locura, vi una proyección de grabados que me atacaron el sistema nervioso mientras añoraba la idea de que acá en el desierto haya lugares como ese en el que estaba, en el que además vi un chico lindo que me recordó que en la capital siempre ves chicos lindos, independientemente de que te den bola o no.
En un colectivo rumbo a La Boca, cachonda a lo más, leí de la Peri Rossi: “Bien, pensó la chica. Es de las antiguas. De las de hacer el amor y no la guerra. La historia había demostrado que se podían hacer ambas cosas a la vez, es más: había demostrado que las guerras son un buen estímulo para follar”. unas horas más tarde supe que luego de la guerra llega el tiempo en que el desamor, al igual que los mosquitos que sobrevuelan el riachuelo, puede picarte donde más te duele. que el corazón es sólo un órgano porque, a veces, cuando dejás de desear te duele otra cosa, las cervicales o el cuero cabelludo, o tal vez las yemas de los dedos.
Llegó a mis manos el libro del año. no ese que es para peronistas, sino el que estábamos esperando las seguidoras de la Vasallo, esa catalana preciosa que vino a poner en palabras lo que hace años me atravesaba el cuerpo y las ganas. lo celebré bailando, bebiendo y besando.
A punto de ir a recorrer el Once, las nubes me advirtieron que era un buen día para quedarse adentro y el momento justo para llorar lo que en meses no había llorado. así que ese día, en el que la calle Sarmiento se llenó de paraguas -como en las imágenes falsas del cabildo de la revista Billiken- porque se presentaba el libro del año, el otro, el que es para peronistas, yo lloré y comí y lloré y miré una película con Juliette Binoche y lloré y escribí y lloré y toqué el ukelele y lloré, en un departamento de La Paternal.
Disfruté de usar el subte sólo en caso de emergencias y un mediodía soleado me tomé el 24. en pleno viaje les mandé a las amigas del desierto esta frase de nuestra querida Vasallo: “La posibilidad de alternativa al sistema monógamo no va de ligues y noviazgos, sino de colectivización de los afectos, de los cuidados, de los deseos y de los dolores. Para resistir a la violencia individualista, tejer redes rizomáticas.” cuando llegué a destino, mi amiga franco- argentina, a quien no veía hacía seis años, lo resumió perfecto: “el amor es una garcha”, dijo, aún pronunciando un poco las eres como gés. comí un sándwich de pan árabe con de todo menos cadáver de animal y entendí que a algunas amigas es imperativo conservarlas para toda la vida.
Fui a un edificio regio en Diagonal Norte y saqué mi cámara fotográfica de turista amateur para en el futuro recurrir a los recuerdos cuando los necesite. unas amigas se irían a Cannes y se probaron vestimentas a tono con la ocasión de plantarse en la alfombra roja a decirle al conservadurismo mundial que nosotras abortaremos cuando se nos dé la gana.
Otra vez asistí a la feria del libro y me llevé una foto de una frase de la Susy Shock, imprescindible para estos tiempos. me llevé también muchas ideas de la tan lúcida Fernanda García Lao, que con su risa erótica y su palabra precisa, comió, bebió e inspiró. de paso, me robé unos besos para el camino.
Dormí en un hotel de lujo. la cama era del tamaño de mi deseo. entre sueños creí que le susurraba al oído mis sentires a la Peri Rossi para que algún día ella me los relatara en un cuento.
Todavía con la sensación de que mi piel ya no era mi piel, y con el pánico que provoca saberse tan viva, en la merienda literaria, una maratón de cuatro horas de escritura creativa que organiza una amiga mitad escritora mitad bruja, hice una traducción apócrifa de un texto del catalá al castellano. “entre tantos ritos extraños/ que la lava va pura y de fiesta/ ya no sé si queda algo de mi consuelo”. esa fue mi frase preferida de esa invención poética que nombré “la ciudad lluviosa”.
Vi mucho teatro pero una sola obra me gustó de principio a fin.
La última noche comí algo frito, no pasé frío, lloré apenas.
La última mañana armé la mochila, mandé mensajes de despedida, me saqué fotos con amiga anfitriona y tomé los últimos colectivos. ya en el aeropuerto, sentí un deseo vehemente de regresar al valle de los vientos, ese que un rato más tarde se viera tan pequeño desde el avión. ese que nomás aterrizar me susurrara que no pierda el tiempo, que emprenda la retirada, que una persona como yo siempre regresa para volver a partir.
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bailemos
no pierdas
la poesía
no me pierdas
no te pierdasencontrame
a la orilla de mis fobias
y abrazame
contame algo gracioso
leeme un poema
tuyo, siempre tuyo,
mientras me desnudas
con tus palabras
que son como manos urgentes
como lengua deseosaleámonos los cuerpos
y recitemos luego
los besos
los gritos
los gemidos
el sudor
los fuegos subrepticios
que encienden nuestros huesos
lacerados
en otros tiempos
en otros duelosbailemos
sigamos bailando
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nuestra dama, ¿nuestra?
se incendió Notre Dame.
el eurocentrismo rancio, servil que se nos cuela por las hendijas de la miseria, de esta pobreza de ideas.
en este país decadente hay quienes se sienten europeos sin haber visto las Áfricas infinitas que nos circundan. la carroña somos nosotras, somos la carroña y el lamento por el incendio de la Notre Dame es el cuervo que vemos por estos días en una foto que circula por redes que está a punto de engullir a ese niño africano raquítico. por cierto, ¿de qué año es esa foto? ¿de veras no hay ninguna actual? se me ocurre que puede ser una de hoy mismo que vi cómo se le quemó la casa con todo adentro a una familia en un barrio con calles de ripio en un pueblo desértico del norte de la Patagonia. dos mujeres lloraban, sus cuerpos llenos de tizne, vaya una a saber qué quisieron salvar de eso -poco- que tenían o a quién llamaban con ahínco, torpes y agitadas, desde un celular que escapó al fuego.
se incendió Notre Dame y yo le venía dando vueltas a esto de que soy una atrevida, una burda provocadora porque nombro a mi blog en contraposición a algo que no conozco, un continente que jamás pisé. no, no me importó nada ver esas llamaradas filosas que lo destruían todo ni tampoco me dieron ganas de hacer los chistes de rigor acerca de cuáles son las únicas iglesias que iluminan. no porque crea que está mal. sobre la Iglesia siempre es bueno hacer bromas porque si no las hacemos mejor nos pegamos un tiro o nos tiramos de alguna terraza, en nombre de las miles de mujeres prendidas fuego durante siglos, en nombre de las miles de niñas y niños violados por los curas de la mierda. ¿dónde está el Vaticano? en Europa. acá tenemos lo peorcito de sus franquicias.
se incendió Notre Dame y sólo pude pensar en lo que pienso a menudo: todo aquello que está vivo pero que no importa fuera de los museos. como la enorme población maya del norte del continente y la mapuche, al sur. como los bosques milenarios de las reservas de Campeche, México, que ardían al mismo tiempo que la iglesia del jorobado. más todos los bosques que arden tantas veces al año, más por provocación de un pillo empresario ambicioso que por obra de lo natural.
se incendió Notre Dame y no hay algo que quiera decir más que este vómito virtual resentido porque este territorio no es Europa pero hay que ver tanto empeño que pone en querer serlo.
se incendió Notre Dame y yo decidí abrir este blog.